Ya no se escuchaban los bombarderos, se ve que habían cumplido su cuota diaria. Se animó a salir de su escondite para deambular entre los escombros, como solía hacerlo, en busca de sobrevivientes. Pero esta vez no se escuchaba más que el crepitar del fuego extinguiéndose, ningún gemido o pedido de auxilio. Volvió tranquilo a su escondite subterráneo, porque por primera vez pudo ver a los fantasmas de los muertos elevándose de entre las cenizas con una sonrisa en sus rostros. Finalmente vivirían en paz.
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