Había decidido escapar de la locura de Beijing a través de la Gran Muralla China. Se dejaría guiar por la luz de la luna llena, que rara vez podía ver detrás de los cristales de su oficina. Dejaría atrás la oscuridad de su sótano, que era lo único que su sueldo miserable le permitía alquilar, y también dejaría las frías luces led de su atestado trabajo. Iría al campo a disfrutar del sol y el aire libre. Trabajaría la tierra y rezaría a Buda para que lo protegiera, ya que él era muy supersticioso.
Apenas habia andado medio kilómetro cuando comenzó a ver que la luna se iba haciendo más oscura e iba menguando. Ahora caminaba a paso más lento, algo atemorizado, sin quitar la mirada de la luna, que cada vez alumbraba menos. Hasta que el camino se quedó sin luz, con una luna roja observándolo desde el cielo. Lo tomó como un mal presagio y decidió volver sobre sus pasos, hacia la seguridad de su sótano. Sería su destino vivir en la oscuridad.
Nunca pudo entender bien lo de los eclipses lunares.
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