- Avivad el fuego, Sancho, que ya la flota viene a rescatarnos.
Inútil fue explicarle que estaban en un recodo del riachuelo, que podrían cruzarlo a pie, si quisieran, hasta la otra orilla, donde estaba el cementerio de las carabelas.
Y allí estaba Sancho, agitando la antorcha, rogando que las nubes partieran pronto para que la luna alumbrara la cordura de su señor.
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