Volvía de trabajar, como todas las noches, a la hora en que los comercios comienzan a bajar sus persianas. Su casa estaba a solo 3 cuadras de la avenida. En aquel tiempo su trabajo le exigía vestir de traje, cargar un portafolios y usar tacones. Cuestión de buena presencia para la atención de clientes. Y de estatura, claro. A esa hora, ya le dolían los pies. En eso venía pensando, mientras apuraba el paso para llegar a su casa y sacarse los tacos. Y en qué tenía en la agenda de mañana. Por ahí zafo de los tacos… sí, me pongo la falda larga con las botas negras y el polerón bordó. Así estoy más cómoda. Y a este tipo ¿qué le pasa? ¿me está siguiendo? No, él también se paró en una vidriera. Igual, por las dudas voy a cruzar. Mierda… bueno, no te persigas, Claudia, es casualidad… ya doblamos. Se está prendiendo un pucho… no pasa nada… no, sí pasa, viene directo hacia acá, y me falta una cuadra, justo la más arbolada, y estos putos tacos… no puedo seguir por acá… ¿y si se mete en casa? Me vuelvo. Me vuelvo a la estación y me tomo un taxi. No, si me vuelvo, por ahí, no vuelvo. Apurá el paso que falta poco, Claudia, sacate los tacos, te está alcanzando. No, no puedo, si me paro me agarra… ¿dónde están las llaves? No mirés hacia atrás, concentrate… las llaves. Olvidate que está detrás tuyo, concentrate en la llave de la entrada, hacés un movimiento rápido y estás a salvo. Dale, metele, ya casi.
-Hey, pará, casi me cerrás la puerta en la cara… desde la estación te vengo chistando, no me escuchaste?
Al escuchar la voz de su padre, se sacó sus tacones y se desmayó.
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2 comentarios:
¡Qué lindo escribe usted!
¡Cuánto tiempo sin leerte, Claudia! ¡Linda historia!
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