Recién comprendí a Borges, la primera vez que la muerte se metió en un cuerpo conocido.
Porque el día que Beatriz Viterbo murió –dejó de ser una candente mañana de febrero- noté que las carteleras de fierro de Plaza Constitución habían renovado sus afiches –que dejaron de ser de intrascendentes cigarrillos-.
El hecho me dolió, pues comprendí que el mundo –no el incesante y vasto universo del que tengo dudas– no se percataba de esa ausencia. Ese cambio sería el primero de una serie infinita que me fue afirmando y confinando en el solitario reducto de mi mente.
Con cada muerte cercana me fui despojando de penas inútiles, como si una inefable certeza me obligara a aligerar el alma, para que la vida, brillante, arrolladora y ajena lo ocupe todo.
“Todo cabe en ti -me dice una voz desde el fondo de mis mágicos libros leídos- porque tú eres todo y nada más necesitas. Porque tú eres ese mínimo punto donde todo converge simultáneamente, donde la vida y la muerte solo son dos instantes de la eternidad que eres.”
Comprendo que esta jugarreta vanidosa de mi mente asiéndose de Borges, es el disfraz perfecto de la indolencia más atroz que he sentido; de la clara conciencia, por primera vez, del eterno sinsentido de la vida.
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Porque el día que Beatriz Viterbo murió –dejó de ser una candente mañana de febrero- noté que las carteleras de fierro de Plaza Constitución habían renovado sus afiches –que dejaron de ser de intrascendentes cigarrillos-.
El hecho me dolió, pues comprendí que el mundo –no el incesante y vasto universo del que tengo dudas– no se percataba de esa ausencia. Ese cambio sería el primero de una serie infinita que me fue afirmando y confinando en el solitario reducto de mi mente.
Con cada muerte cercana me fui despojando de penas inútiles, como si una inefable certeza me obligara a aligerar el alma, para que la vida, brillante, arrolladora y ajena lo ocupe todo.
“Todo cabe en ti -me dice una voz desde el fondo de mis mágicos libros leídos- porque tú eres todo y nada más necesitas. Porque tú eres ese mínimo punto donde todo converge simultáneamente, donde la vida y la muerte solo son dos instantes de la eternidad que eres.”
Comprendo que esta jugarreta vanidosa de mi mente asiéndose de Borges, es el disfraz perfecto de la indolencia más atroz que he sentido; de la clara conciencia, por primera vez, del eterno sinsentido de la vida.
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6 comentarios:
"...desde el fondo de mis mágicos libros leídos" ¿Será para eso que leemos? ¿Para comprender el por qué del desgarro? ¿Para animarnos a negociar con la vida aun en franca desventaja? ¿Para soportar lo insoportable? Quizá así sea, ya que son las razones por las que he leído tu mágico micro.
Enhorabuena, Claudia, por este texto admirable
Y un gran abrazo
¡Gracias, Patricia! Tus palabras siempre son una guía para quienes estamos aprendiendo.
Abrazos,
Qué maravilla. Qué bien lo cuentas. Todos echamos mano de lo que sea para que, si bien seguimos sin encontrar sentido, al menos entretemos al dolor.
Me gusto especialmente lo de "son dos instantes de la eternidad que eres". Felicidades y abrazos.
El mundo jamás se percata de las ausencias, Claudia, porque sigue indiferente girando sobre sí mismo. Ahora bien, para ti, para mi, para nosotros, el mundo sólo existe en tanto estemos vivos. Lo resumía Quino en palabras de Guille, el amigo de Mafalda, cuando aquel le preguntaba a su amiga para qué había en el mundo juguetes, helados, parques, etc, antes de que ellos nacieran.
Magnífica entrada.
Un abrazo,
lo bueno y corto es dos veces bueno
Interesante micro. Filosófico.
Un fuerte abrazo.
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