Ilustración de Adriana Lucas |
Mientras dormitaba un poco, antes de almorzar, el dolor sordo en mi oído me recordó a Van Gogh. Pensé en los amarillos verdeazulados de sus obras y su estilo inconfundible. Lo busqué con la mirada en el libro postimpresionista que duerme en mi biblioteca.
De pronto, de un salto, fue a sentarse junto a la ventana donde aguardaba el atril con el lienzo en blanco. A una velocidad asombrosa mezcló algunos colores en su paleta y comenzó a pintar frenéticamente.
- Tengo que apurarme, solo tengo cinco minutos antes de que se note el cambio de la luz – ¿Me hablaba a mí? – El paisaje agreste de esta comarca nunca volverá a ser el mismo y yo tengo que conservarlo, para cuando lleguen mis días sin sol – Yo lo observaba de espaldas, movía incansablemente las manos. Cuando tuve la certeza de estar soñando, dio media vuelta y sus ojos azules, profundísimos, buscaron mi aprobación - ¡¿Por favor?Ya estaba por contestarle cuando una mujer irrumpió en la habitación:
- Cinco minutos para almorzar Anita… pero… ¡pero mira que cuadro más bonito has pintado! ¿Qué es, el jardín de tu casa?
- C’est Arlés, madame!
- Ah, claro, sí. Bueno, déjalo allí y cuando vengan tus nietos les pides que te lo cuelguen, así alegras un poco estas paredes. Ahora apúrate que ya están todos en el comedor.
Ya sé que no puedo explicarles nada. Me tomarían por loca.
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De pronto, de un salto, fue a sentarse junto a la ventana donde aguardaba el atril con el lienzo en blanco. A una velocidad asombrosa mezcló algunos colores en su paleta y comenzó a pintar frenéticamente.
- Tengo que apurarme, solo tengo cinco minutos antes de que se note el cambio de la luz – ¿Me hablaba a mí? – El paisaje agreste de esta comarca nunca volverá a ser el mismo y yo tengo que conservarlo, para cuando lleguen mis días sin sol – Yo lo observaba de espaldas, movía incansablemente las manos. Cuando tuve la certeza de estar soñando, dio media vuelta y sus ojos azules, profundísimos, buscaron mi aprobación - ¡¿Por favor?Ya estaba por contestarle cuando una mujer irrumpió en la habitación:
- Cinco minutos para almorzar Anita… pero… ¡pero mira que cuadro más bonito has pintado! ¿Qué es, el jardín de tu casa?
- C’est Arlés, madame!
- Ah, claro, sí. Bueno, déjalo allí y cuando vengan tus nietos les pides que te lo cuelguen, así alegras un poco estas paredes. Ahora apúrate que ya están todos en el comedor.
Ya sé que no puedo explicarles nada. Me tomarían por loca.
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7 comentarios:
cierto, cierto.
nadie lo entendería. ( me encanta conocer ese secreto!)
bellìsimo.
Por algo la habrá elegido Vincent, Por algo elusivo que la narradora, sabiamente, ha escogido dejar a criterio del letor.
Siempre es un placer leerte, Claudia!
¿Y no lo firmó… ¿no lo firmó? Porque si lo firmó, sabes que no!; por más que me tomen por loco, me declaro en huelga de hambre hasta que los expertos analicen la rúbrica, lo vendo, me tomo el primer vuelo a Francia y chau geriátrico!!! Debe valer un fangote de guita esa pintura!
Que tarro la Anita che… y vos Claudia, brillante como siempre en tus minificciones, no sos ninguna tontita en imaginarte los relatos eh!
Felicitaciones!
Besos.
Rik
Me encantó, deliciosa historia.
Un abrazo fuerte, Claudia.
Muy original. Las imágenes impresionan y postimpresionan.
Abrazos fuertes,
PABLO GONZ
Siempre se puede culpar a que te sirvieron algo cargado el ajenjo.
Salud, compañera.
D.
No, mejor no explicar nada, pero qué feo quedarse sin compartir tan lindo encuentro.
Beso
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