Una sonrisa se dibujó en su rostro al verme llegar. Era una  sonrisa exagerada, estática, forzada, incongruente con la expresión de  sus ojos. Una certeza, toda instinto, cruzó rauda por mi mente: lo había  descubierto. Sin sacar la llave de la cerradura, volví a cerrar la  puerta, giré dos veces la llave y fui hacia el auto. El sonido de un  disparo me hizo detener. El instinto me había fallado. No teníamos armas  en casa.
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