
La tempestad es atroz. Ráfagas huracanadas, lluvia. Y los rayos, danzando impertérritos sobre los postes de energía, provocan llamaradas que iluminan la ciudad a medida que ésta se apaga. Desde el vigésimo piso el espectáculo es dantesco. Yo también quedo a oscuras. Enciendo una vela, con ésta un cigarrillo y me siento sobre la alfombra, frente al ventanal, a esperar que la tormenta pase. Los rayos son las venas de un gigante furioso que restalla su látigo mientras ruge.
Esta ridiculez estaba pensando escribir, cuando la voluta de humo que acababa de exhalar, repentinamente, se detuvo en el aire. Asombrada, veo que afuera todo se detuvo también. No es que hubiera terminado la tormenta, simplemente todo se detuvo. Hasta los sonidos. Silencio absoluto. Mi cuerpo estaba inmóvil también. Pero mi mente no perdía detalle -entre rayos, gotas de lluvia y volutas de humo- buscando una explicación.
Luego de un segundo eterno, percibí la lenta caída de la vela hacia la alfombra. Los cristales estallaron, todo volaba en espiral, pero yo aún no podía moverme. La oscuridad y el silencio ya eran totales. Un angustioso e insondable vacío me asfixiaba. Por eso, al ver venir el latigazo final, agradecí aliviada.
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Esta ridiculez estaba pensando escribir, cuando la voluta de humo que acababa de exhalar, repentinamente, se detuvo en el aire. Asombrada, veo que afuera todo se detuvo también. No es que hubiera terminado la tormenta, simplemente todo se detuvo. Hasta los sonidos. Silencio absoluto. Mi cuerpo estaba inmóvil también. Pero mi mente no perdía detalle -entre rayos, gotas de lluvia y volutas de humo- buscando una explicación.
Luego de un segundo eterno, percibí la lenta caída de la vela hacia la alfombra. Los cristales estallaron, todo volaba en espiral, pero yo aún no podía moverme. La oscuridad y el silencio ya eran totales. Un angustioso e insondable vacío me asfixiaba. Por eso, al ver venir el latigazo final, agradecí aliviada.
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