Le habían ofrecido una suma importante si el experimento resultaba exitoso. Necesitaban el dinero, pero comenzaba a arrepentirse de haber aceptado. Tarde. Su cuerpo ya no le obedecía y hasta su mente comenzaba a cristalizarse. Yaciendo sobre una báscula con forma de cama, con el frío corriéndole por las venas, se consoló pensando en su esposa y su hijo, en el fin de sus penurias. Los médicos no podían explicarse qué sucedía. En el monitor de la báscula titilaba -21 g., a los dos segundos -42 g. y a los dos segundos – 63 g. El corazón ya era una línea recta. Las maniobras de resucitación tampoco funcionaron. El experimento había fracasado. Cuando lo llevaban a la morgue, entraban también dos camillas: su mujer y su niño habían fallecido en un inexplicable accidente de tránsito en la entrada del hospital.
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